2030, ¿serás feliz y no tendrás libros? | El Imparcial

2023-02-22 18:35:19 By : Ms. nancy wang

Leo que el Parlamento Europeo ha aprobado la prohibición de vender coches y furgonetas nuevos de diésel y gasolina a partir del año 2035 y yo, que soy un boomer, me estremezco, y no porque no acepte la evolución de una sociedad orgánica y compleja, sino porque el fin de una parte también significa el fin encubierto de otras muchas partes del todo.

Pertenezco a una generación que soñaba con tener un trabajo fijo y para toda la vida al lado de casa. Que deseaba poseer porque éramos hijos o nietos de aquellos que no tuvieron nada. Crecimos creyendo en el ascensor social y admirando, --o envidiando—a los vecinos que conseguían un buen puesto de trabajo, a los primos lejanos que se habían ido al extranjero a trabajar, a los compañeros de colegio que, de repente, trabajaban en una multinacional.

Pero sobre todo quisimos poseer, cuanto más mejor. DVD originales, grabados, esculturas, fotografías y libros, muchos libros.

No contábamos con la deflación social. No contábamos con la precariedad, el espacio escaso, los alquileres caros y las magdalenas a casi cuatro euros. Mis padres compraban los enseres de casa en una mueblería portuguesa. Yo en Ikea. Mis hijos los alquilarán. Y de los libros… ¿qué será de los libros?

Descubrí que los libros pueden llegar a ser un lastre cuando me cambié de casa. La parte más pesada de toda la mudanza fue desmontar la pequeña biblioteca que poco a poco había ido construyendo. Cajas y más cajas de material didáctico y literario desordenado. Montones de textos ya leídos cuya existencia ya no imaginaba lejos de mí. Y los Taschen. Sobre todo la colección de Taschen que a base de ejemplares de diez euros había conseguido crear con más de treinta volúmenes de artistas plásticos y que al ser trasladada desfondaba cualquier caja en la que se les metiese. Poseer por poseer. No se sabe cuándo puedes necesitar consultar algo sobre Munch, sobre Caravaggio o sobre land art. Quizás nunca, pero por si acaso…

Sin embargo, los tiempos han cambiado. Los tiempos líquidos de Bauman, donde ya nada es estable, se han convertido a la vez en una época extraña de modelos laborales precarios, inseguros y volátiles y la cultura, como reflejo de la sociedad que ha de ser, también se ha vuelto algo chocante. Estos nuevos tiempos tienen su momento de inicio: 2016, cuando en una comunicación del Foro Económico Mundial se recoge dentro de las predicciones para el 2030 aquello de que “No tendrás nada pero no estarás descontento” y se cobija en el uso eficiente de los recursos disponibles. Bauman también hablaba de maldad líquida, recuerden.

Y así llegamos a nuestra querida literatura, pasando de soslayo por temas espinosos como la energía, la vivienda, el vehículo, e incluso el amor o la amistad. Si eso otro día hablamos de todo ello; pero ahora quiero hablar de los libros, esos objetos voluminosos y “poco ecológicos”, un invento de hace siglos que parece languidecer en estos nuevos tiempos de alquilar todo y tener un apartamento compartido de 30 metros cuadrados. Al igual que con el cine o las series aquí también tenemos plataformas, pero sin embargo el consumidor compra el libro electrónico y lo carga en su lector, lo que llamamos, para no decir marcas, el ereader.

El lector de libros electrónicos llegó hace unos 15 años pisando fuerte. No voy a contar su historia y menos a usted, que está leyendo esta columna de un medio digital desde su propio dispositivo electrónico; sin embargo también aquí la mentalidad del que quiere acumular juega en casa, ya que estos dispositivos tienen capacidad casi infinita para amontonar archivos en forma de libros que jamás leeremos. Mi biblioteca física tiene unos 1000 volúmenes, --contando los pesados Taschen, sí—pero mi dispositivo alberga más de esa cantidad de volúmenes electrónicos, la mayoría clásicos descargados al por mayor para hacer fondo o por si acaso. Sigo comprando libros en papel pero menos. Compro mucho en digital porque no ocupa y se puede transportar y leer cómodamente aumentando el tamaño de fuente y evitando los ejemplares de gran tamaño que a veces son incómodos de sostener para quienes como yo disfrutan leyendo antes de dormir.

Imagínense perdiendo la biblioteca física de su casa. Complicado. Imagínense perdiendo su dispositivo. Fácil, a mi ya me ha sucedido, es más, y no pasa nada porque en realidad no tenía nada y lo tenía todo a la vez en una copia de seguridad en la nube. Esos “por si acaso” que a veces sirven para respaldar nuestro “yo” digital, nuestras etéreas posesiones en la nada donde la inteligencia artificial y la gente mirando al móvil son lo normal, mientras que el libro en papel se ha convertido casi en una rara avis donde también hay una devaluación social. Somos masa y consumimos productos para las masas. Salirse de ahí es complicado.

Y mientras le daba vueltas a todo esto encuentro un mirlo blanco en la tarde de San Valentín. Me encontraba en un precioso pueblo de Asturias, Santullano, presentando un libro solidario a beneficio de la asociación Galbán contra el cáncer infantil cuando el ideólogo de este mismo libro y creador del nuevo sello editorial independiente “Ger Books” nos obsequió a todos los presentes, unos treinta, con un paquete cuidadosamente envuelto y decorado con corazones en el que estaba escrito “Ger Books te desea un feliz San Valentín”. En mi paquete se ocultaba “El maestro de El Prado” de Javier Sierra y la constatación de que el ejemplar en papel emociona y gusta como objeto. El boomer que soy celebra tener un tocho más y festeja por todo lo alto que haya editoriales como “Ger Books” que comienzan su andadura analógica en un mundo de nubes donde está de moda el no tener. Celebro que nadie se haya puesto a contar si fabricar libros conlleva emisiones de CO2, si la huella de mi ejemplar de “El corazón de las tinieblas” es capaz de dejar una huella de carbono mayor de la que ha dejado en mi corazón con su lectura. De si esta parte del todo, la de los libros, podrá escapar del fin de otras muchas partes de mi todo de boomer. El nacimiento rebelde de pequeños gestos contra corriente como “Ger Books” me hace aún albergar esperanza.

Estos próximos siete años se nos van a hacer muy cortos.

Esta es la opinión de los internautas, no de El Imparcial

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